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Elenita: la última “hija de casa” de la Congregación

18.09.20. Huellas que dejaron las Esclavas. Comunicación @MadreCatalina Hnas. Esclavas del Corazón de Jesús.

Allá lejos y hace tiempo, era costumbre que las congregaciones religiosas alojaran y dieran sustento a niñas y jovencitas. Ellas eran las “hijas de casa”. Ellas también estuvieron en la historia de la Congregación fundada por Madre Catalina.

Hoy les queremos contar sobre la última “hija de casa” que aún permanece en nuestra familia. Ella es Elena Teresa Bordesse: “Elenita”. Su vida de tantos años juntos a las Hermanas, merece este espacio y este recuerdo.

Elenita llegó a la casa de Villa Allende junto a su madre, quien también había sido “hija de casa”. Compartió allí un tiempo de su infancia, pero luego pasó por otros sitios de la congregación. Conocen a Elenita en el pensionado de Paraná. Luego pasó por la casa de Buenos Aires, donde vivió durante 50 años para ir después por tres años a la casa de Santa Fe. Por esto, el caso de Elenita es particular: su madre fue hija de casa (no es frecuente que dos generaciones lo sean) y, sumado a esto, pasó por varias comunidades cuando lo habitual era que permanecieran en un único lugar.

Ahora, Elenita ha vuelto a Villa Allende y su regreso nos anima a recordar esta figura de las “hijas de casa” en la vida congregacional.

Quiénes eran las hijas de casa
Desde tiempos de Madre Catalina, la congregación tuvo esta tradición de alojar a niñas a quienes se las cuidaba y se les enseñaba. Cuando crecían, las “hijas de casa” eran un gran apoyo a la tarea de las hermanas. Tenían a su cargo distintas funciones de servicio, tareas que tenían sentido en esas épocas en la que la vida de la congregación era casi de semi clausura. Las hermanas no tenían las salidas ni el contacto con el exterior que fueron adquiriendo luego. Estas jóvenes tenían esa función de ser el nexo de las hermanas con lo que ocurría puertas afuera de la comunidad: cubrir sus necesidades de comprar alimentos, por ejemplo. Puertas adentro, eran un pilar importante porque se ocupaban de que todo funcionara y estuviera listo para que las hermanas pudieran llevar adelante las tareas propias de su misión.

En todas las comunidades hubo hijas de casa durante mucho tiempo. En algunas, se fueron renovando. En otras, poco a poco desaparecieron por el fallecimiento de las más ancianas, porque optaron por formar su familia o irse a vivir solas. La mayoría de estas mujeres, sin embargo, se crió, vivió y murió en el seno de la congregación.

Hoy Elenita es la última hija de casa de la Congregación. Ya no hay otras en ninguna comunidad. Su historia se sintetiza en la sencillez de su testimonio. Elenita simplemente agradece:

“Me siento feliz y muy contenta de estar con las hermanas, gracias a las Hermanas que me han cuidado desde chica”.

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