31.03.21 Por María Fernanda Díaz ecj.
Comenzamos a transitar el Triduo Pascual, los días más intensos de la vida de Jesús y también, de la nuestra, seguidores suyos.
Hoy es el día de la despedida de Jesús con sus discípulos. Aquellos que le han seguido muy de cerca y le han colaborado durante estos años de misión. En ese grupo de “los Doce”, estamos representados cada uno de nosotros.
Jesús es consciente de que tiene que partir, y no quiere hacerlo sin dejarles lo que podríamos llamar, “su testamento espiritual”: “Hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
¿Y qué es lo que Jesús hizo con nosotros? Para descubrirlo y profundizar en ello, te propongo un momento de oración personal al estilo de la “contemplación ignaciana”.
Para empezar, ponte en la presencia del Señor, haciendo la Señal de la Cruz o rezando alguna oración que te genere devoción.
Lee pausadamente el siguiente texto del evangelio de Juan:
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, e levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”.
Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. “No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”.
“Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”.
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”.
Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.” (Jn 13, 1-15).
Anímate, con la ayuda de tu imaginación, a entrar en la escena que nos relata el evangelio, como si fueses un personaje más de ella. Mira a los personajes que menciona el texto, observa sus rostros, su postura, sus gestos. Escucha lo que dicen. Contempla sus reacciones ante lo que escuchan y ven.
Ahora, concéntrate en la persona de Jesús… ¿Qué está sintiendo? ¿Cómo es su mirada? ¿Qué gestos realiza? (presta atención a los verbos) ¿a qué está invitando a sus discípulos con esos gestos que realiza?
Ubícate en el grupo de los Doce. Puedes identificarte con uno de ellos o quizás, ser el discípulo número 13. Deja que Jesús te lave los pies, déjate mirar por Él y deja resonar en tu mente y en tu corazón esas palabras: “Haz lo mismo que yo hice contigo”.
¿Qué ha hecho o está haciendo Jesús en tu vida? ¿A qué te está invitando en este momento de tu vida, en tu propia realidad personal, familiar, laboral y social?
Dialoga con Él sobre lo que esta contemplación ha suscitado en tu interior, ya sea una acción de gracias, una súplica, un deseo, un propósito…
Termina agradeciéndole al Señor este momento compartido junto a Él y despídete con la siguiente canción o con alguna oración que te genere devoción.