09.04.20. Por Hna. Constanza Lo Sardo ecj.
Propuesta para un momento de oración.
En estos días en casa, en medio de la cuarentena nos toca vivir la Semana Santa, ¡Gran desafío!
Seguramente luego de varios días compartidos en casa, habremos sentido el roce con nuestros propios límites y fragilidad, y con los límites y fragilidad de los que están con nosotros. No es costumbre pasar tanto tiempo juntos.
En este contexto de experiencia y ciertamente de familiaridad con los límites quiero invitarte a volver la mirada sobre la Cena que preparó Jesús para compartir con sus amigos
Cada detalle de esa Cena fue elocuente, podemos verlo sensible, con mirada profunda, con
gesto compasivo, con voz amable, con un aire a quien sabe que son sus últimos momentos y quiere dar lo mejor de sí. En medio de todo ese espacio creado con la delicadeza del amor, se arrodilla, toca con sus propias manos, lava, besa con sus labios los pies cansados, manchados y hasta reticentes de sus amigos. ¡Qué gesto Maestro! Cuantas respuestas allí, sin decir ni una sola palabra.
Mirar con misericordia, arrodillarse, limpiar y besar, fueron algunos de sus gestos esa noche y hoy para nosotros son todo un plan de vida. Con el costo que hoy nos trae arrodillarnos ante los otros, cuando todo nos invita a tener la última palabra, a ganar, a ser vistos como “los grandes”. Su gesto nos vuelve a invitar a “perder” para que gane el amor. ¿Cuánto desafío implica este abajarse y cuánto en este Jueves Santo, en este contexto de cuarentena, donde tocamos el límite de nuestra propia fragilidad? ¿Pero dónde si no es aquí, que se redobla el desafío de creer que es posible amar?
San Ignacio, cuando propone la Tercer Semana de los EE se centra en la contemplación de la pasión y muerte de Jesucristo. Es allí donde la expresión “considerar cómo la divinidad se esconde” alcanza su pleno significado, y esto nos lleva a ponderar que Dios aparentemente no está, desaparece por un tiempo, se oculta.
Como nos pasa en algunos momentos de nuestra existencia cuando tocamos nuestros propios límites o el de los demás y parecería que la oscuridad ocupa espacios antes habitados por la claridad y la comprensión.
Jesús elige transitar su pasión, la despedida con los suyos, y lo vive en esta dinámica donde lo vemos más humano que nunca, el siervo que obedece,sirve y se entrega por amor, el siervo que transita el dolor y se hace solidario con nuestro dolor, con nuestros límites y fragilidades. En la confianza a en su Padre a la que se ha lanzado, tiene la esperanza de que cuando hay entrega acontece el Reino, aunque el mismo se inicie como la semilla escondida en la tierra esperando el tiempo de crecer.
En este contemplar a Jesús, te invito con la ayuda de tu imaginación a ponerte en el lugar de Pedro, a mirar con ojos cerrados hacia tu interior. Siéntete en su lugar, sentado, en la Cena preparada, ubicado frente al Maestro que se arrodilla ante él y lo mira con un amor capaz de abrirlo a la confianza. Una vez ubicado en la escena, puedes reconocer algún limite personal que hayas sentido presente en este tiempo. O alguna fragilidad que se hizo patente en algún roce o entre dicho con alguna persona de casa. Ponla delante del Maestro y deja que él lo reciba. Deja que él te lave los pies, una y otra vez, sentí que el besa tu fragilidad y la abraza con su misericordia.
También puedes ubicar a otros en el lugar de Pedro, a alguno de los que vive con vos, y pedirle a Jesús que te enseñe a lavar los pies de quien menos soportas, de quien te hace tocar tus propios límites y fragilidades.
Arrodillarse ante los demás, lavar sus propios pies manchados y quizás perdidos, nos ubica en la misma condición de pecadores perdonados. Nos permite recordar aquello que elegiste como signo cuando se acercaba tu entrega final.
¡Ayúdanos Maestro a vivirlo en casa, en nuestra casa interior, y en nuestro propio hogar, entre los nuestros. Solos no podemos, pero contamos con vos!
Esa cena, ese lavatorio seguramente fue tu respuesta ante las muchas preguntas de tus
discípulos, sumadas a tantas enseñanzas con las que trazaste el camino, como las de poner la otra mejilla, o el aventurarnos a entregar aún lo que nos quedaba reservado para subsistir.
Te damos permiso para lavar nuestros pies, para limpiar nuestra autosuficiencia, para cambiar nuestras faltas de delicadezas. Te damos permiso para que reactives en nosotros esas semillas de Reino que ya sembraste. Necesitamos que nos laves, porque también tenemos los pies descalzos, porque también nuestro andar, aun en cuatro paredes, es desconcertado. Necesitamos que nos renueves la experiencia de ser lavados por ti, para animarnos a arrodillarnos y lavar a otros.
Que el gesto del Maestro de rodillas, que se animó hasta el beso inesperado nos inspire a seguir jugándonos por el amor, por un amor que venció la muerte.