13.02.20. Hna. Valeria Gonzalez ECJ desde México
Del 20 de enero al 14 de febrero 150 estudiantes procedentes de 19 países de América Latina y el Caribe estamos realizando el Diplomado “La prevención en la Iglesia Latinoamericana”, organizado por CEPROME (Centro de Protección del Menor) con el aval de la Universidad Pontificia de México y la Pontificia Gregoriana.
Tengo la suerte de estar entre los participantes gracias a la colaboración de las Diócesis de EEUU que proporcionan becas para la formación en este tema como un modo de reparación.
El abuso sexual es en esencia un abuso de poder y se encuentra en todas las sociedades, estratos sociales y grupos religiosos.
La Iglesia, como institución inmersa en la sociedad no escapa a esta lamentable realidad. Es la nueva lacra a la cual se refirieron con mucha dureza los dos últimos Papas. Asociado a la corrupción económica y de poder, el abuso sexual por parte de Sacerdotes y Consagrados ha dañado profundamente a la Comunidad eclesial, al punto que Benedicto XVI compara esta tragedia con la devastación de las persecuciones de los primeros siglos.
Porque las víctimas de abuso sexual en la Iglesia por parte de Consagrados han experimentado la muerte de Dios en sus vidas, de una imagen de Dios protector y bondadoso que fue rota por las acciones de los perpetradores.
Es un tema que se nos impone para trabajar con formación en la prevención, en crear las instancias de recepción de denuncias y de elaborar los protocolos correspondientes en cada diócesis, Instituto, y bajarlas a las comunidades concretas.
Queremos dejar atrás una etapa de nuestra historia en la que como Iglesia buscamos defender la institución con el consecuente encubrimiento y falta de colaboración, y hacer ahora la opción por las víctimas, niños, niñas, adolescentes o personas en situación de vulnerabilidad, esos “pequeños” por los que Jesús optó en primer lugar.
Esta experiencia vivida junto a tantos hermanos obispos, sacerdotes, laicos y religiosos haciendo visible la Iglesia de Cristo en América Latina, bajo el manto de María de Guadalupe, es un regalo impagable para mí, por el que además de la formación académica a cargo de excelentes profesionales de Roma, España y varios países latinoamericanos, he palpado una Iglesia humana, discípula; que se reconoce limitada ante la verdad; pecadora y falible; compasiva para abrazar a las víctimas, hermanos en Cristo e hijos del mismo Padre; humilde para pedir perdón por los pecados de sus hijos consagrados y, efectiva y esperanzada para acompañar a ponerse de pie y devolver la dignidad a quienes les fue arrancada.
Descubro una nueva faceta del Reparar al que nos llama el Sagrado Corazón en este carisma legado a Madre Catalina.
La prevención es tarea de todos y no podemos anunciar el evangelio de Jesús si no somos coherentes en nuestras actitudes.
“Sus heridas nos han sanado” (Cfr. 1 Pe 2,24). Actualizamos la Esperanza ya que Dios puede sacar salvación de la misma muerte y convertir nuestro luto en danza (Cfr. Sal 30,12). Que Jesús nos enseñe a tener sus entrañas de misericordia y a vivir en serio la justicia.
Celebrando el día de la vida consagrada (02.02.20) Madre Valeria González ecj. junto al grupo de participantes de la Diplomatura.
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