La reparación es el carisma, lo que identifica en cualquier parte del mundo a las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, una impronta fundacional, un sello de nacimiento que en estos últimos años la asumieron como un compromiso para ayudar a reparar en la vulnerabilidad de los “sobrevivientes” por la crisis de los abusos intra eclesiales.
Así lo afrontaron, con el coraje y la delicadeza que heredaron de su fundadora, en acciones de capacitación y formación sobre la crisis, en la participación y la dirección de organismos institucionales y pastorales internacionales movilizados en la atención y prevención para América Latina.
Actualmente son al menos seis las religiosas del Instituto de las Hermanas Esclavas que están trabajando en las diócesis de Argentina (La Rioja, Salta), y en Chile (Rancagua, Copiapó).
En La Rioja están trabajando en fase preventiva, aún no están atendiendo casos concretos, pero ampliaron la Formación para todos los agentes pastorales en todo tipo de abusos, incluso fuera del ámbito eclesial. Ya completaron, junto al Equipo de laicos, la formación de los próximos diáconos permanentes y del clero.
En Chile las religiosas vienen trabajando con anterioridad en contacto con las víctimas o familiares que cargan esa herida. La hermana Verónica Santillán nos comparte su experiencia. Ella se capacitó en México en el 2019, es miembro del Consejo Diocesano en Rancagua (Chile), encargada de la Secretaría de Prevención y en el Consejo de CONFERRE (Conferencia de Religiosos de Chile).
Hna. Veronica Santillán ecj
Porque no vimos, no escuchamos, no hemos hablado.
Uno de los detonantes más fuertes de la crisis de la Iglesia Chilena ha sido el tema de los Abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, religiosos/as y diáconos a menores de edad. Sabemos que a partir del año 2010, empezaron a ser más visibles con la ayuda de las víctimas y los periodistas que fueron mostrando esta realidad, frente a un mal manejo de las autoridades y responsables de dar respuestas oportunas y ágiles en relación a los procesos canónicos que el mismo Código de Derecho lo reglaba.
Sin embargo, entre las primeras respuestas fue gestar los diferentes Consejos de Prevención de Abusos de Menores, tanto a nivel nacional como diocesano y congregacional, desde donde surgen las Líneas Guías para la Prevención de Abusos en el año 2015, (que son requeridas a todas las Conferencias Episcopales del mundo). Con lineamientos claros de creación de oficinas de denuncias y un programa nacional de formación con igual temática, que aquí en Chile, es obligatorio para cualquier agente de pastoral que sirve en algún ámbito dentro de la Iglesia.
Viviendo en la diócesis de Copiapó en el año 2012 se constituye el Consejo diocesano y soy invitada a participar como religiosa y psicóloga, misión que continuo actualmente en la Diócesis de Rancagua donde estoy encargada de la Secretaria de prevención y en el Consejo de CONFERRE (Conferencia de Religiosos de Chile).
El lugar para compartir el secreto
Las realidades de los abusos en su mayoría son intrafamiliares se producen en contextos de conocidos, por eso decimos que “el lobo no necesariamente está en el bosque”, el abusador es un seductor que va envolviendo a modo de espiral a su víctima y su contexto, es por ello que nos cuesta tanto creer en el relato de estos hermanos y hermanas que han sido vulnerados.
Desde el inicio de la Formación Básica en prevención brindada en colegios, parroquias, movimientos, no solo en estas diócesis donde viví, sino en otras donde fui invitada, el cafecito del break se convertía en un primer lugar de reparación donde mujeres y hombres que se habían sentido identificados con lo que habíamos hablado, generan un vínculo de confianza porque tienen la seguridad de que creeré en su palabra, con toda la sencillez y el dolor, se acercaban a relatarme lo que habían vivido, lo que habían sufrido, lo que habían callado. Sin dudas el secreto del abuso es el mejor guardado.
Sanadores que sanan
Traigo a mi memoria una mujer muy valiente, que se abrió para contarnos a todos, como el poder manipulador del abusador la había acompañado durante el tiempo que guardó este secreto, alrededor de 60 años, quien en un retiro espiritual, el Señor le hizo ver esta herida que la acompañó desde niña y que ni sus padres ya fallecidos lo supieron. Pero a la vez pudo ver la obra de Dios en su historia y cómo esta experiencia le permitió cuidar y descubrir a los más débiles, generando acciones para protegerlos desde la profesión elegida.
Sobrevivientes
Ella como pocos, han tenido un final más claro, más amoroso, pero esto no ocurre en la mayoría de las víctimas, muchos de ellos se llaman “sobrevivientes” y confieso que al principio me costaba ese término, hasta que comprendí que otros no logran sobrevivir.
El dolor de las víctimas es muy grande, las consecuencias los acompañan a lo largo de la vida, algunos de ellos lo contaron y no les creyeron, otros lo contaron y tuvieron que retractarse porque no hubo un ambiente familiar o eclesial que soportara lo que ellos iban viviendo, por todo lo que implicaba dar a luz esta verdad tan dolorosa. A veces nos sucede el fenómeno del doble ciego, no vemos que no vemos, lo cual nos permite a quienes tenemos la posibilidad de ser terceros activos, anestesiar el dolor que esto provoca.
Pero nadie, ni el victimario, ni la comunidad o familia sufre el trauma que le toca vivir a una víctima, para quienes hemos escuchado hay un antes y un después… en algunas de ellas he constatado lo que David Finkelhor (experto investigador) llama entre los efectos del abuso las dinámicas Traumatogénicas como: la sexualización traumática, la estigmatización, la traición y pérdida de control (indefensión).
En otros la Auto desaprobación y culpa: por responsabilidad, por no reconocer la interacción abusiva, porque les hicieron creer que eran participes del abuso, por las consecuencias familiares de la develación, por haber obtenido placer o ganancias, por no haberse auto protegido. ¿En fin… como un niño, una niña, un adolescente se defiende de alguien que está en asimetría de poder con él, con ella, si de esto no se habla? ¿Si nadie ve?.
La herida eclesial
Con la visita del papa Francisco a Chile, la historia de los abusos en el ámbito eclesial, llegan a su punto máximo, le solicitan al Papa respuestas que lamentablemente por no estar al no estar correctamente informado pide pruebas, y termina defendiendo algún obispo que era considerado encubridor.
Pero a Francisco el Espíritu lo acompaña y se le abren los ojos, decide enviar a dos miembros de la Congregación de la Doctrina de la Fe, para escuchar a las víctimas. Cuando toma contacto con el informe que cambia su perspectiva, invita a su casa de Santa Marta a algunas de las víctimas más renombradas, y los acoge, los escucha y les pide perdón por no haber estado bien informado. Llama a todos los obispos a Roma y el 31 de Mayo 2018, nos envía una carta a todo el pueblo de Dios, de donde extraigo el párrafo N°6:
“Estamos invitados a no disimular, esconder o encubrir nuestras llagas. Una Iglesia llagada es capaz de comprender y conmoverse por las llagas del mundo de hoy, hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y moverse para buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, no busca encubrir y disimular su mal, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo”.
Jesús, la centralidad de la reparación
Esta invitación de Francisco, me llega al alma pensando en tantas víctimas de nuestro ámbito eclesial, hoy sabemos que la base de todo abuso está en el poder, que es sistémico y que la pastoral de la prevención puede dar respuesta desde sus cuatro ejes: comunión, colegialidad, sinodalidad, transversalidad, como un nuevo camino de reparación donde la centralidad esta en Jesucristo y no en las personas.
Las víctimas necesitan ser tratadas con dignidad, aún falta reparar sus heridas, dando el primer paso del reconocimiento y de gestar nuevas propuestas que hoy como Iglesia Chilena estamos en elaboración. Este es el gran desafío de este tiempo, en palabras del Papa Francisco: “El “nunca más” a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse, exige trabajar entre todos para generar una cultura del cuidado que impregne nuestras formas de relacionarnos, de rezar, de pensar, de vivir la autoridad; nuestras costumbres y lenguajes y nuestra relación con el poder y el dinero. Hoy sabemos que la mejor palabra que podamos dar frente al dolor causado es el compromiso para la conversión personal, comunitaria y social que aprenda a escuchar y cuidar especialmente a los más vulnerables”.