[vc_row][vc_column][vc_column_text]Testimonio de Alejandro Cresta e Inés Jonshon
Somos Alejandro e Inés, estamos casados hace 16 años, tenemos tres hijos, Guadalupe, Florencia y Nicolás y vivimos en la ciudad de Córdoba.
En nuestra adolescencia y noviazgo disfrutamos mucho de ser animadores de grupos de niños y jóvenes. Luego nos casamos, formamos nuestra familia, y cuando nuestros hijos tuvieron 6, 9 y 12 años, gracias al discernimiento que hicimos como matrimonio, buscando comprometernos con el prójimo, en una actividad que pudiéramos hacer como familia, y gracias también al testimonio de otras familias, nos animamos a experimentar la vivencia de ser “familia de acogimiento”.
Durante mucho tiempo sentimos miedo de no estar en condiciones, de que no fuera el momento indicado, sin embargo, superando las excusas que siempre encontrábamos fuimos a presentarnos para ver si podíamos participar.
En Córdoba, desde hace algunos años existe un Programa del Gobierno que se llama “Familias para familias” por el cual cuando el Estado detecta o recibe alguna denuncia que indica que un niño está atravesando alguna situación que amenaza o violenta sus derechos, preventivamente (y como medida excepcional) se designa a una familia de acogimiento para que los niños puedan vivir en ella (y no institucionalizados) y volver a sus vínculos iniciales con todo el acompañamiento que necesiten.
Ver: http://senaf.cba.gov.ar/index.php/2010/08/04/familias-para-familias/index.html
Cuando compartíamos nuestra decisión o nuestra experiencia con los demás recibíamos las respuestas más sorprendentes: ¡están locos!, cómo van a llevar a un desconocido a su casa?, se van a encariñar mucho, van a sufrir cuando se vaya, que van a decir sus hijos!… ante esto nos gusta decir: que el acento tiene que estar puesto en dar cobijo, amor y familia a esos niños y no preocuparse egoístamente por el sufrimiento que su partida pueda causarnos.
La triste verdad es que hay muchos niños que atraviesan dificultades y son muy pocas las familias que se ofrecen para esta tarea, así que a las pocas semanas nos consultaron si podíamos recibir a una niña de casi 2 años.
Para todos fue una experiencia de un enorme aprendizaje: para nuestros hijos que tuvieron que compartir su tiempo, sus juguetes, sus espacios, y hasta sus propios padres, y para todos como familia una etapa de mucha entrega y alegría que nos ha marcado para siempre.
Todos nuestros miedos iniciales desaparecieron cuando recibimos el afecto y la sonrisa de estos niños, haciéndonos ver que la vida está llena de preocupaciones sin sentido. Cuando creíamos que nosotros éramos los que los ayudabamos, eran ellos los que llenaban nuestro corazón y nos enseñaban a enfocar la vida en las cosas verdaderamente importantes.
No hay un plazo para esta tarea, lo habitual es que sea por unos pocos meses, aunque en el primer caso, la niña estuvo 1 año con nosotros, lo que implicó, hacia el final, todo un proceso para ella y para nosotros también. Afortunadamente pudimos seguir en contacto con su nueva familia, ayudarlos en los primeros tiempos e incluso ser sus padrinos de bautismo un tiempo después!
Pasado algunos meses sentimos que estábamos listos para recibir a otros niños y así llegaron un varón de 10 meses, que estuvo solo un mes con nosotros, y luego una nena de 2 años con quien compartimos 2 meses en casa.
Como se puede imaginar, cada niño llega con su pequeña o gran historia marcada en su piel y en su corazón, y tanto ellos como nosotros debemos adaptarnos a una nueva situación, pero en todos los casos siempre lo que más nos ha sorprendido es lo fácil que ha resultado para nosotros quererlos,… y para ellos, dejarse querer!!
Quizás alguno tenga la impresión de que es una tarea que requiere esfuerzos extraordinarios, pero en verdad sólo hay que sumarlos a la vida cotidiana de la familia, darles los cuidados y el amor que les daríamos a nuestros propios hijos, y que puedan experimentar la vivencia de una familia.
En los tiempos de debate por la vida que hoy atraviesan y dividen a nuestra sociedad, sin dudas la vida de niños como éstos se vería gravemente amenazada… no tendríamos que ocuparnos de alimentarlos, educarlos, cuidarlos, de defender sus derechos, pero tampoco tendríamos sus sonrisas, sus miradas, sus abrazos.
Esta experiencia nos ha abierto la mirada a otras realidades a las que como sociedad debemos estar más atentos y tratar de acoger con amor a familias, mujeres y niños que atraviesan situaciones desesperantes.
Muchos seguramente han cuidado alguna vez por un tiempo a un hermano menor, a un sobrino, al hijo de un amigo… esta tarea tiene mucho de eso…no son ni serán nunca nuestros hijos, pero se merecen como todos, que este tiempo que les toca atravesar fuera de sus familias, se sientan cuidados y amados.
Cuando crezcan, seguramente no recordarán el poco tiempo que pasaron con nosotros, pero nuestro deseo siempre es que lleven en su corazón la semilla del amor, que sin duda puede transformar la vida de una persona. [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]