Dorita, la cordobesa, así la llamaban sus hermanas de la Armada a Dora Ruiz, una de las 59 enfermeras de Malvinas que silenció su historia durante 35 años. Hasta que decidió contarla con el apoyo de su familia y amigos; con 17 años curó, operó, sanó heridas, miró, consoló y despidió en el último suspiro de nuestros soldados argentinos que combatieron en Malvinas. Una mujer hacedora de la Patria, como Catalina de María.
En el año 1981 Dora Ruiz, era Aspirante de las Fuerzas Armadas del Hospital Naval de Puerto Belgrano, de la carrera de Enfermería y Militar; ser Aspirante era el grado militar que tenían hasta que se recibían. Así llega a Puerto Belgrano porque era un medio de estudio y de trabajo, y fue del segundo grupo de mujeres que ingresaban a la Armada.
“En el momento de la guerra éramos estudiantes de 17 años en la Armada Argentina, y nos convertimos en enfermeras por la gran necesidad de asistir a la cantidad de heridos que llegaban a la Escuela Naval de Puerto Belgrano.
Siempre digo que nunca fuimos totalmente conscientes de lo que hicimos en ese momento, ya pasaron 35 años, poco o mucho, lo hicimos todo desde el corazón, desde el afecto, el amor a un hijo, un hermano, un padre, un novio. Dimos todo por los que llegaban a este hospital” afirma Dorita.
La imagen sanadora
Este grupo de 59 estudiantes de enfermería nunca se movieron de la Base Naval Puerto Belgrano, no estuvieron en la isla, pero el hospital naval era como el centro donde se llegaban la mayoría de los heridos, excepto los que pasaban por Comodoro Rivadavia en barco o en avión al Hospital de Puerto Belgrano. Hasta ese momento, este Hospital era de atención a personas civiles, pero se lo vació íntegramente para recibir los heridos de Malvinas.
Dora cuenta como era un día de la guerra, que aclara no es lo mismo que un día normal, “Cuando terminaba la guardia, nos reemplazamos entre nosotras, volvíamos al alojamiento, para bañarnos, descansar, lavar el uniforme y comer. La comida era la de los colimbas, lo asignado para cada día de la semana, ensalada primavera, estofado de cordero, pizza, pollo, y así se repetía cada semana.
Muchas en el camino llorábamos, porque estaba prohibido también llorar, y lógicamente en parte no podíamos demostrarle una flaqueza a la persona que estaba necesitando afecto. Yo creo que la primera imagen amigable que vieron todos esos soldados fueron nuestras caras, nuestras sonrisas y la palabra de que todo iba a estar bien”.
¡Aspirante ingrese!
“No teníamos un horario, comenta Dora, nos calzábamos el uniforme de enfermera y podíamos estar hasta 20, 24 horas cumpliendo las guardias, por la necesidad que había, solo hacíamos guardia, no podíamos estudiar. La camada que entró en 1982 que no tenían estudio cubrían el resto de las guardias, rancheras, las que nos llevaban la comida. En cambio nosotras las del 80 y 81 permanecíamos en el hospital. El relevo era para descansar y para lavar el uniforme que era uno solo.
Ibas pasando por un pasillo y se abría una sala que estaban operando y te decían “Aspirante ingrese”, y podía ser para alcanzar el material, curar una esquirla, aprender a curarla con azúcar, ver un pie de trinchera, amputaciones, todo lo que lamentablemente deja una guerra; nadie te preguntaba si te atrevías o querías, era puro coraje y lo hacíamos”.
La información no se conocía ni para nosotros ni para ellos que estaban ahí, solo se nos dijo que el país había entrado en guerra, entonces se nos quitó radio, televisión, así que estábamos incomunicadas. Lo único que podíamos saber era por el cuchicheo del mismo hospital, y por como llegaban esos chicos de nuestra edad (d 17 a 20), que lloraban, que esperaban una palabra de consuelo, hombres con el grado de Suboficiales o de Tenientes, que podían ser nuestros padres, y también esperaban una palabra de consuelo, expresa emocionada la enfermera de Malvinas.
Con su familia la comunicación era cada tanto, cuando su mamá se cruzaba de una vecina que tenía teléfono y esperaba su llamada, o por cartas “En mi caso me hice amiga de unos choferes, con los que hoy continúa la amistad con uno de ellos, que visitaba a mis padres y así me llevaba una encomienda. Y cuando se declaró la guerra ya quedamos incomunicadas”.
Hermandad
Creemos que Dorita ayudó a construir la Patria curando heridas, dando afecto, consolando, reparando, sin embargo con mucha humildad reconoce que los héroes fueron los que estuvieron en la Isla, y se siente orgullosa de las mujeres enfermeras de la Armada que eran mayores y que también estuvieron ahí.
“Pero nosotras lo hicimos desde el corazón, con mucho amor, entregamos lo humanamente posible y con las fuerzas que tuvimos y que no sé de donde salieron. En medio del horror rescato el cariño, el afecto, las personas a las que atendimos, el agradecimiento de veteranos por la calidez que le brindamos siendo tan chicas. Rescato el reencuentro de mis compañeras, que me encontraron en el 2016 a través de facebook, fue grandioso, mirarnos y transmitirnos la hermandad, hermanas navales. Y también rescato que soldados británicos ayudaron a nuestros soldados argentinos” comenta Dora.
Rompió el silencio
Lo que se veía, se vivía, se escuchaba moría en Malvinas, esa fue una orden que cumplieron 35 años las enfermeras “hermanas navales” de Dorita “Hablar de esto nos ayuda a sanar las heridas que estaban abiertas, insensibilizadas y silenciadas, pero latentes. Tengo dos hijas que me preguntan ¿Por qué no hablé antes? Ahora lo hablo, ellas me apoyan y mi familia está orgullosa, porque esto es sanar el alma.
Amar y reparar es la síntesis de esta historia. Entrevista a Dora Ruiz m. Silvia Somaré ecj. Edición Rosana Triunfetti Comunicación Madre Catalina.