Por Rodolfo Martínez, coordinador del Centro de Espiritualidad Corazones Nuevos.
Lucas 24:34“Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.”
Este domingo en el que celebramos la Pascua del Señor, es un día de profunda Alegría para todos y cada uno de los cristianos.
En la solemne Vigilia pascual volvió a resonar, después de los días de Cuaresma, el canto del Aleluya, palabra hebrea universalmente conocida, que significa alaben al Señor.
Durante los días del tiempo pascual esta invitación a la alabanza se propaga de boca en boca, de corazón en corazón. Resuena a partir de un acontecimiento absolutamente nuevo: la muerte y resurrección de Cristo.
El aleluya brotó del corazón de los primeros discípulos y discípulas de Jesús en aquella mañana de Pascua, en Jerusalén.
El Evangelio de Lucas nos cuenta el encuentro de los discípulos de Emaús con la comunidad de apóstoles luego de su encuentro con Jesús resucitado camino a Emaús “regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. 35 Y ellos contaban sus experiencias[m] en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan”.
Casi nos parece oír sus voces: la de María Magdalena, la primera que vio al Señor resucitado en el jardín cercano al Calvario; las voces de las mujeres, que se encontraron con él mientras corrían, asustadas y felices, a dar a los discípulos el anuncio del sepulcro vacío; las voces de los dos discípulos que con rostros tristes se habían encaminado a Emaús y por la tarde volvieron a Jerusalén llenos de alegría por haber escuchado su palabra y haberlo reconocido “en la fracción del pan”; las voces de los once Apóstoles, que aquella misma tarde lo vieron presentarse en medio de ellos en el Cenáculo, mostrarles las heridas de los clavos y de la lanza y decirles: “¡La paz con vosotros!”, cerremos los ojos y “como si presente me hallase” contemplemos el clima de alegría y de gozo que se vivió en ese momento en el Cenáculo. Esta experiencia ha grabado para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia, y también en nuestro corazón.
El “alégrate” fue la primera palabra que el mensajero celestial dirigió a la Virgen en Nazaret. Y el sentido era este: Alégrate, María, porque el Hijo de Dios está a punto de hacerse hombre en ti. Ahora, después del drama de la Pasión, resuena una nueva invitación a la alegría: “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.
Queridos hermanos y hermanas, dejemos que el aleluya pascual también se grabe profundamente en nuestros corazones de modo que no sea sólo una palabra en ciertas circunstancias exteriores, sino la expresión de nuestra misma vida: la existencia de personas que invitan a todos a alabar al Señor y lo hacen actuando como «resucitados».
Y a modo de oración digamos.
Cristo venciste a la muerte para siempre y con tu resurrección nos has traído la paz, la alegría, el gozo, la vida eterna. ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!