Cuando se avecinan situaciones donde tenemos que “discernir”, es mucho más que elegir entre dos o más opciones. Compartimos algunas orientaciones del jesuita Carlos Rafael Cabarrús, SJ.
- Discernir entre mis deseos y los deseos de Dios.
- El discernimiento nos prepara para dar una respuesta personal e inédita a los llamamientos del Evangelio, del Reino de Dios, teniendo en cuenta lo que soy, lo que he vivido, lo que quiero ser y hacer, lo que reconozco como urgencia en el mundo.
- El discernimiento es inventar “nuestra” respuesta: la mía y la de Dios. Es una creación común. Sin embargo, en esta invención común, puedo encontrarme con dos dificultades: en primer lugar, puedo confundir las cosas de Dios con mis cosas, y con mis cosas muchas veces, mal ubicadas; y en segundo lugar, constatar que no es fácil distinguir cuando algo puede ser en la “onda de Dios”.
- Es necesario tener un conocimiento profundo de mí mismo(a) -somos reiterativos en esto- y un conocimiento básico de cuáles son los gustos de Dios, cómo es su modo.
- Los gustos de Dios y su modo quedan muy patentes en una imagen simbólica que sintetiza todo lo del Reino: el Banquete, la comida compartida alegremente4.
- Cuatro patas: algo es de Dios cuando se pueden encontrar las cuatro patas de la mesa del banquete del Reino: realizar las obras de justicia solidaria (Mt. 25: 31ss), aceptar la invitación a la misericordia de Dios (Lc. 6.36), asumir que por realizar estas dos tareas venga la incomprensión y hasta la persecución y muerte (Mc. 8: 38) y cuidar de mí mismo(a) con la misma dedicación que quiero y cuido de los demás (Mt. 19,19).
- Todo lo que me lleve a la mesa de Banquete del Reino va en la onda de los deseos de Dios. Este es, por tanto, el gran criterio de discernimiento.
