Escribe: Claudia Herrera Durán Docente – Instituto Sagrado Corazón Rancagua
“…edificar una Casa de Ejercicios y formar una comunidad de señoras que estuviesen al servicio de ella (…) Que observaríamos las Reglas de Instituto de San Ignacio, enseñaríamos la Doctrina los Domingos a las niñas, y asilaríamos a esas mujeres que se lleva a los Ejercicios…”1 . Así comienza Catalina de María a esbozar su apasionado sueño, donde vemos plasmado sin lugar a dudas su anhelo por hacer llegar a todos la educación, no solo de las letras sino y por sobretodo del corazón…
En esta visión inicial, que ella llamaría “Sueño Dorado” ya vislumbrábamos una propuesta que debíamos recoger y recrear: la enseñanza. Partió centrada en la trasmisión de la Fe y finalmente pudimos entender que el desafío encaminado por ella, era el de lograr que la apropiación de conocimientos, habilidades y actitudes estuvieran permeadas por esta Fe. Y esa experiencia de Dios irían tomando cuerpo en dos grandes y originales pinceladas: Amar y Reparar.
Despleguemos levemente estas dos originalidades que el Corazón de Jesús le confió a Catalina. Cuando Madre Catalina nos dice “tenemos a las niñas… para formarles el corazón”2 no nos deja dudas: todo educador que se enamore de este sueño está llamado primero a moldear su propio corazón a imagen de Jesús, preguntándose qué haría Jesús en mi aula, entre mis niños, con mi asignatura o materia en las manos; en segundo lugar está llamado a arriesgarse y conectar su corazón con el de cada uno de sus alumnos.
Catalina entendió que primero se ama y luego se enseña; para finalmente iniciar un camino de aprendizaje comunitario en el que tanto el maestro como el discípulo construyen conocimiento, vivencian actitudes y despliegan habilidades, en un desafío de dos que han descubierto en la enseñanza un camino de encuentro con Dios y con los hermanos. Cuando Madre Catalina nos habla de Reparación, nos hace volver a la certeza de que un educador apasionado por su sueño debe volver al sentido original de una práctica que es tan nuestra: el evaluar. El concepto evaluar proviene del latín “ex valere”, que podría leerse como: “sacar fuera lo valioso” o “sacar fuera lo fuerte”. Y es entonces cuando cobra total sentido la locura de esta cordobesa que nos proponía: hagan de sus aulas un espacio donde sus alumnos aprendan de sus equivocaciones, descubran que las heridas, las caídas y los fracasos encierran vida, crecimiento y conquistas.
Hagan de sus evaluaciones no una colina que asusta, aplasta y destruye a sus alumnos, sino un llano de horizonte amplio donde las fragilidades, las inseguridades y las ignorancias se acogen, se comparten y se corrigen en comunidad. Lleven a sus aulas a ese Jesús Maestro que corregía con amor, restaurando desde la vulnerabilidad tan propiamente humana.
Cuando Madre Catalina nos afirma que “la instrucción es solamente un medio del que nos valemos…”3 , enlaza nuestra misión formadora con otra gran educadora y revolucionaria, Gabriela Mistral, quien nos estremece con un: “Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él”4 . Y así es, porque todo aquel maestro que decida abrazar este sueño no puede hacerlo a medias o tibiamente; para formar esos jóvenes corazones que el Señor nos ha confiado, una clase, una actividad, una evaluación deben tener un sentido mayor y trascendente y deben estar iluminadas por una experiencia de fe, de esperanza y de amor.
El desafío que Catalina nos dejó en aquella tarde tranquila en la señorial Córdoba, era quizás que nosotros, educadores, nos atreviéramos valientemente a iniciar un camino de Enseñanza y Aprendizajes, donde propiciar que cada uno de nuestros alumnos sienta y experimente que en el Corazón de Jesús todos tenemos una oportunidad de desplegarnos en plenitud.