“La devoción a María la conocí en casa desde que tuve uso de razón”[1]
Catalina de María (ecj)
Esta línea y su firma bastarían para describir la identidad mariana de madre Catalina. Nos cuenta que desde siempre le rezó a la Virgen y en su nombre de religión, al de Catalina, agrega María con un sentido de pertenencia y donación a Ella. A la influencia de la familia se suma la decisión de Catalina. En sus Memorias también escribe que todos los años le hacían una novena y que tenían una hermosa estatua alrededor de la cual se reunía la familia a rezar el rosario. Se conserva aún una imagen de 40 cm que Catalina tuvo de pequeña y siempre la llevó consigo, en su matrimonio y después en la vida religiosa. En sus cartas siempre aconseja confiar en María entregándose a sus brazos y recomienda hacerle la novena en cada festividad.
En 1892 el obispo Reginaldo Toro pidió al papa León XIII y en nombre de su Diócesis, la autorización para coronar a la Virgen del Rosario del Milagro considerando las gracias obtenidas por su intermedio. El pontífice accedió y el 1 de octubre de 1892 se realizó el acto en que el obispo Toro colocó las coronas sobre las sienes del Niño Jesús y de Nuestra Señora del Milagro; renovando así Córdoba las manifestaciones de amor a su protectora y patrona[2] .
Catalina de María fue protagonista de este hermoso momento y así lo cuenta en una carta a las Hermanas de la Comunidad de San Juan fechada el 13 de octubre de ese año “Como no es fácil contar tantas cosas y grandezas que se han hecho para la fiesta de Nuestra querida Madre, solo le diré que nuestras niñas han salido tres días acompañadas por el Sr. Capellán y algunas señoras; el ultimo día estaba destinado para que ellas hicieran la entrega del estandarte que, aunque es chico; pero es muy bonito y prolijo…. pero todo esto y cuanto se ha hecho para las fiestas, lo hemos leído en los diarios y creo que no les será difícil conseguirlos allí; pero si no los consiguen, avíseme para procurar algunos y mandarles”[3]
Catalina dice poco y mucho a la vez, a sus hijas de San Juan les cuenta lo que nadie vio y lo que a ella le dio gusto, sus niñas del Colegio homenajeando a la Madre. También habla de que le es difícil expresar lo vivido en esa Fiesta de la Virgen y que los diarios de la época lo han reflejado de un modo destacado.
La imagen coronada, la querida Madre de la que Catalina habla, es esta misma que tenemos ante nuestros ojos. Seguramente Catalina de María desde pequeña con su familia y ya de más grande, se detuvo a contarle sus secretos, sus deseos y sus inquietudes y gozó como nosotros lo hacemos ahora, de las manifestaciones de cariño de su pueblo y de las gracias que la Virgen nos alcanza.
La vida de madre Catalina pasó por todos los estados, fue una laica comprometida con su tiempo y con su fe, fue una buena esposa y madre de familia y después de quedar viuda renace su anhelo de juventud de ser “como los jesuitas pero en femenino” y es así como funda a las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. Si miramos la totalidad de su vida, la entrega a la voluntad de Dios, la fortaleza en la cruz, el seguimiento del Corazón de Jesús y la protección materna al más débil, son rasgos de María que Catalina encarna y que son una invitación a que nosotros también los vivamos. También como Catalina, repasemos desde cuando conocemos a María, quien nos habló de Ella y quien nos enseñó a rezarle, disfrutemos de su amor y su presencia, entreguémosle nuestras vidas y adoptemos este nombre que adoptó Catalina, porque al ser hijos de tan buena Madre, todos somos de María.
[1] Rodríguez, Catalina de María, Memorias, 20.
[2] Cfr BRUNO, Cayetano: Historia de la Iglesia en la Argentina, Ed. Don Bosco, Bs.As., 1976, Tomo XII (1881-1900), 243-244.
[3] Carta 297.