28.09.20. Padre Ángel Rossi SJ.
La espiritualidad del Sagrado Corazón –nos recuerda Segundo Galilea- tiene una particularidad: está contenida en un símbolo. Este símbolo es el corazón.
Lo que simboliza el corazón en la Biblia y en la tradición espiritual cristiana, no es diferente a lo que simboliza en el lenguaje profano. Para entender la mística del Sagrado Corazón hay que comenzar por entender el simbolismo del corazón.
¿Qué simboliza el corazón?
– Lo más profundo e íntimo de una persona, el “alma” de una personalidad.
Lo solemos decir cuando nos referimos a una persona buena de verdad: tiene un buen corazón. No nos referimos, lógicamente, a la salud de la víscera cardíaca que bombea la sangre de la vida por todo nuestro cuerpo, sino que estamos indicando con esta expresión que esa persona es rica en humanidad, en entrega, en bondad, en belleza interior, y por eso tiene un buen corazón.
El corazón significa el amor, los amores de una persona. Por eso, es la raíz de las grandes opciones, ideales y valores que conducen una vida,
Es el lugar del encuentro decisivo con Dios, ahí donde Dios actúa y donde se realiza la interacción de la gracia y la libertad.
Por lo tanto es el lugar de la conversión y de los cambios de vida.
“El corazón habla al corazón”, decía San Agustín, por lo tanto propagar su culto y devoción es tender un puente que una el nuestro al de Él.
Y ya que el Corazón es Jesús, es símbolo de su vida, resulta que toda la vida
del Señor es el mejor comentario de cómo eran los latires tan llenos de ternura y mansedumbre de su propio corazón:
Lo hemos visto palpitar cuando ha llamado a sus discípulos por su nombre,
cuando ha llenado de buen vino los cántaros vacíos de aquella boda en Caná,
cuando ha enjugado las lágrimas de quienes lloraban la pérdida de sus seres más queridos como la viuda de Naím, cuando ha devuelto la dignidad a la mujer que estaba a punto de ser apedreada por quienes se aprovecharon de ella, cuando observaba la limosna generosa de una mujer pobre que se acercaba al Templo para dar todo lo que tenía, cuando concedió una siempre posible oportunidad al buen ladrón, cuando fue capaz de perdonar a quienes no tuvieron para Él perdón quitándole la vida.
Propagar su culto y devoción es ayudar a recordar que ese corazón está siempre abierto a los pecadores y sufrientes. Que es refugio permanente para los abandonados, los oprimidos, los que desesperan, y los que han pecado tanto que piensan no tener perdón.
Es dejarnos decir “Estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré en su casa (en su corazón)y cenaremos juntos”(Ap 3, 20).
Es dejarnos decir: Yo quitaré de vos el corazón de piedra y te daré uno corazón de carne (Ez):
Es aceptar su invitación amorosa: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados que yo los aliviaré(…) y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 28-29).
¡Ir a vos!
A tu escuela exigente y fascinante, para aprender a ser manso y humilde de corazón.
No con nuestros méritos, sino con nuestros cansancios y opresiones, sin fingimiento
sin ocultar miserias y debilidades, para abrirte nuestro corazón y contarte nuestras fatigas y culpas, y en ti recobrar las fuerzas y encontrar la paz tan ansiada.