Quien transite por la Terminal de la ciudad de Córdoba no tardará mucho tiempo en descubrir a Julio, el maletero, el que está en la foto.
Lo conocí una tarde lluviosa. Faltaba una hora para tomar mi colectivo y él se acercó para preguntarme por una hermana de mi congregación que conocía. Le pregunté a qué se dedicaba y me dijo: “Mi trabajo es dar sonrisas y llevar maletas en mi carrito”. Llevar maletas lo pueden hacer muchos y más si es un medio de vida…dar sonrisas también. A veces necesitamos buenos motivos para darla, pero Julio, de acuerdo a su historia le sobran razones para tener cara de vinagre.
Con una infancia dura en Jujuy, tuvo una hija de modo “informal”, su vida cayó en el alcohol y después de muchos años de mendigo fue misericordeado en de Manos Abiertas en Córdoba, allí conoció a Carolina, la hermana por la que me preguntó. Allí también se nutrió de cariño y salió de nuevo a la calle según él, a vivir de nuevo y hacer sentir felices a los demás….sin hablar, sin escribir, sólo sonriendo.
Me decía que la Terminal, al ser un lugar de partidas, de llegadas, de despedidas, de apuros, de tráfico humano, de explotación, es un lugar más triste que alegre y ahí está él, no sólo para ayudar a llevar maletas al que no tiene fuerzas sino para fortalecer con su sonrisa al que está triste. Su rostro, sus palabras medio cortadas, muestran ese pasado herido pero su mirada sencilla y su boca abierta como media luna (para arriba), son un monumento a la vida.
El papa Francisco afirma que “Siempre que haya un suelo sagrado definido por el dolor, en ese mismo suelo, hay seres que gestan la solidaridad desde sus pequeñas acciones de cada día” ¿no les parece que estuviera hablando de Julio? ¡Este es un verdadero Santo de la puerta de al lado! Esos anónimos que como cómplices de Dios, nos muestran su cariño de Padre.
Si andan por Córdoba, no se lo pierdan…no lo busquen por el carrito, lo encontrarán más rápido por la sonrisa. Julio el maletero (o el sonrisero).