Escribe Hna. María José Bonanzea – Misión Sagrado Corazón – Benín
Muchas veces nos preguntan por qué nuestro trabajo en la Misión toca tantos frentes diversos (salud, educación, micro-proyectos de desarrollo, graneros, recuperación nutricional, animación femenina, pozos de agua, catequesis, celebraciones litúrgicas…) y al mismo tiempo por qué elegimos un medio mayoritariamente musulmán para misionar.
Personalmente creo que hay una sola respuesta posible: intentamos compartir lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. Porque si hay algo de lo cual estamos seguras es que es Él quien nos ama sin condiciones, a todos, y quien ha prometido ocuparse muy en especial de los más desvalidos, aquellos que no cuentan más que con su Providencia. Es la experiencia de ese Amor fiel e incondicional de Dios lo que explica nuestra presencia y nuestro trabajo en este rincón de la Arquidiócesis que es la Parroquia Nuestra Señora de los Apóstoles de Kika, Benín.Como Congregación trabajamos en esta región desde 1997, año en que llegamos a vivir a Parakou. Fue gracias al entonces Obispo Monseñor Assogbá, un verdadero Pastor preocupado por llevar a su gente el Evangelio, que se nos abrió esta posibilidad. Él nos recibió y nos inició en este camino de enamorarnos de esta porción del Pueblo de Dios, gente valiente y luchadora en medio de una pobreza y necesidad casi totales. Fue él quien marcó el camino a nuestras primeras hermanas al pedirles: “Nunca hagan diferencia entre anuncio del Evangelio y Promoción Humana, porque el Evangelio se anuncia a personas concretas con una dignidad concreta a la que debemos atender”. Para nuestra pequeña comunidad aquello resonó en perfecta consonancia con el carisma recibido de Madre Catalina, AMOR Y REPARACIÓN: AMOR apasionado por el Corazón de Jesús y amor apasionado por la humanidad que nos lleva a REPARAR el rostro de Jesús en nuestros hermanos.
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Por eso nuestro compromiso siempre fue ligado al ámbito de la Promoción Humana, especialmente con las mujeres y niños por ser ellos los últimos en esta sociedad y también porque el trabajo por la dignificación de la mujer ha sido un sello que nuestra Fundadora nos impregnó. Nunca nos preguntamos si quien se acercaba a las reuniones o traía un niño era católico, musulmán o animista, no importa en absoluto. Sólo cuenta que es un hijo de Dios a quien queremos servir. Tampoco nosotras nos hemos sentido excluidas por ser católicas, al contrario, muchas veces los mismos que no comparten nuestra fe nos recuerdan el sentido de nuestra presencia aquí cuando a veces nos desalentamos por la falta de respuesta en la gente: “Ustedes no pueden dejar de venir porque lo hacen por su Dios”. Ellos mismos nos van confirmando en la misión que Dios nos confió.
Ya ven, el compromiso se expande y termina siendo mutuo pues con el paso de los años esta misma gente se ha ido comprometiendo y sosteniéndonos en el día a día. En un lugar aislado como el nuestro el trabajo en común con cristianos y no-cristianos es esencial si queremos ser testimonio de unidad y diálogo. No es fácil en un mundo cada vez más marcado por las divisiones y donde las religiones muchas veces son usadas como excusas para excluir. A veces escuchamos quienes nos dicen que es mejor dedicarse sólo a los cristianos, que son “de los nuestros”, pero en eso Benín ha sido y es para nosotras una escuela de tolerancia e integración. Aquí hemos aprendido que es posible, y no decimos sencillo ni fácil, pero posible hacer la comunión entre las diferentes lenguas y credos, razas y colores; hemos aprendido a trabajar con personas de los más diversos orígenes: blancos y negros, musulmanes y cristianos, ONG de gente que se reconoce atea pero totalmente comprometida con la dignidad humana y la justicia, personas venidas tanto de Francia como de Benín, España, Nigeria, Argentina, Togo, Níger… Esa es la gran riqueza a la que debemos sumarnos, porque el compromiso que nace del Evangelio es siempre en comunión y genera comunión.
20 años de misión
Para nosotros es tiempo fuerte de acción de gracias pues cumplimos precisamente veinte años que llegamos a Parakou y tres que como comunidad dejamos la ciudad de Parakou para venirnos a vivir a la aldea de Kpari, a 18kms de la frontera con Nigeria. En aquel momento lo intuíamos como un paso de mayor coherencia que Dios nos pedía, hoy lo vemos como una confirmación de su Voluntad. Después de estos años, habiendo recorrido las más diversas tareas podemos dedicarnos más de lleno a acompañar las comunidades cristianas que se van afianzando a lo largo de la pista, sin olvidar por ello que nuestro servicio es a todos. No somos una gran Comunidad, de hecho nunca superamos las tres hermanas, generalmente no sabemos con claridad por dónde Dios nos irá mostrando que debemos continuar, pero sí conocemos y descansamos en Su fidelidad, pues Él se ha comprometido a no dejarnos y a conducirnos en este lugar que hace tiempo es nuestro hogar.
Madre Catalina no conoció el África y menos aún Benín, pero nos abrió el corazón y el deseo de ir allí donde hiciera falta anunciar el amor misericordioso de Jesús. A ella nos confiamos y, en nuestra oración, toda la vida de nuestra Iglesia peregrina en Benín.
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Seguimos en Benín a pesar de todo