Testimonio. “Hoy podríamos preguntarnos cuáles son las Altas Cumbres que debemos atravesar”

23 de Octubre de 2019. Comunicación @MadreCatalina, Hnas. Esclavas del Corazón de Jesús.

Verónica llegó a nosotros, por un audio reenviado por whatsapp con un relato de Madre Catalina a familias, donde les contaba quién era esta mujer, madre y religiosa que había conocido. Así la contactamos, hoy comparte su historia de encuentro con Madre Catalina, donde deja abierta la pregunta ¿cuáles son las Altas Cumbres que debemos atravesar?, con la misma audacia que lo hicieron las jóvenes Hermanas Esclavas para cruzarlas guiadas por el Sagrado Corazón de Jesús. 

Me llamo Verónica Zegarra Caro, mi esposo es Pablo y tenemos 4 hijos. Soy Profesora de Inglés por la UNC y Profesora de Ciencias Sagradas por el CEFyT. Me dedico a mi familia, a la docencia y a tareas pastorales.

Mi mamá es española y mi papá boliviano, ambos se conocieron en Argentina donde nacimos mi hermano y yo. Por mi mamá y su tradición española le tenemos una gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús. “En vos confío” es la oración que brota de nuestros labios todos los días de nuestra vida. Por el trabajo de mi papá fuimos a vivir un tiempo a Bolivia y allí fui al Colegio de las Hermanas Esclavas.

Al regresar a Argentina, mi mamá fue a solicitar el pase al colegio de las Hermanas Esclavas de Córdoba en Argentina, pero no fue posible dado que pertenecían a otra congregación. Las de Bolivia eran irlandesas y las de Argentina, cordobesas. Aunque terminé mi secundario en otro colegio, siempre llevé en mi corazón la música y el himno de las esclavas “El colegio de madres esclavas; mi colegio es el cálido hogar; en que tú, Madre Mía, soñabas; mi instrucción y virtud cultivar”.

El cura gaucho 

Entre canciones y jornadas de estudio, las esclavas nos unieron de tal modo que, hasta el día de hoy, estoy en contacto con quienes fueron mis compañeras en aquellos años lejos de mi país. Ya instalados nuevamente en Argentina, llegó el tiempo de conocer mejor nuestras tierras y nuestra historia y mis padres nos llevaron a Villa Cura Brochero a conocer la gran obra del cura gaucho.

Allí admiré su obra y descubrí que el cura nunca estuvo solo, que junto a él hubo personas admirables que también dejaron allí sus huellas. Con cada historia que nos contaban, me parecía ver al cura en alguno de los rincones y, en los patios, me parecía ver a las monjas de aquel tiempo. Mi imaginación me hacía escuchar sus pasos, sus voces y el ir y venir de tanta gente. Quedé fascinada con esos muros, con esa cocina que no descuidaba detalle y me parecía sentir el aroma del dulce de leche recién hecho cuya receta estaba escrita en un papel amarillento por el paso del tiempo en un cuadrito colgado en una de las paredes del museo.

¡Cuántos dulces de leche habrán salido de esas ollas! ¡Cuánta vida había pasado por ese lugar! ¡Cuánta convicción! ¡Cuánta fe! ¡Cuánta gracia de Dios! Estaba claro que esa obra era única y que allí estaba la mano de Dios. Con el tiempo estudié, trabajé, me casé y fui madre y siempre busqué sembrar valores en los corazones de mis alumnos y de mis hijos tal como lo habían hecho mis padres y mis mejores maestras conmigo.

¿Quién era esta mujer?

Corría el año 2016 y llegó el día de la canonización del cura gaucho, fueron días de fiesta para todos y la confirmación de que esa obra ya no era patrimonio de los cordobeses sino de la Iglesia toda. Poco tiempo después, empezaron a sonar los preparativos para la beatificación de la Madre Catalina, mano derecha de Brochero, cordobesa, madre y monja, laica y religiosa…

Pero… ¿Quién era esta mujer? Yo no la conocía. Amaba a las esclavas de mi antigua escuela, tenía una gran devoción al Sagrado Corazón, admiraba la obra de las monjas del cura Brochero, pero no conocía a la Madre Catalina, no conocía su historia… Después de todo, ¿qué tenía que ver yo con una monja? Hay tantas monjas fundadoras de congregaciones religiosas… Pero Catalina llamó a mi puerta despertando mi curiosidad, porque Dios es así, nos da un espíritu inquieto, un corazón “curioso” para que de algún modo siempre encontremos caminos nuevos hacia Él. Catalina me llamó para que la conociera, para decirme que estas esclavas cordobesas, mujeres de mi tierra, también eran un “cálido hogar”. Catalina quiso recordarme que yo nunca iba a dejar de ser una esclava del Corazón de Jesús, porque el Corazón de Jesús está en todas partes y nos acoge a todos sin fronteras de geografía, tiempo, estado civil o edad…

Creo que Catalina quiso confirmarme en mi ser madre y educadora… Y así fue como Catalina me “atrapó”. No podía dejar de leer sobre su vida y sobre su obra y seguí con entusiasmo la serie web. Descubrí a una persona que aspiró a ser lo que era impensable en su tiempo: religiosa de vida apostólica, pero que pudo encontrar los caminos para realizar ese sueño de servicio, amor y entrega. Una madre que lloró a su hija y que aún desde el dolor pudo acoger maternalmente a los hijos de su esposo. Una huérfana en su niñez, criada por sus tías y una viuda en su vida adulta que, lejos de replegarse y recluirse, pudo tornar su amor terrenal en uno celestial.

Todo esto, movida por su fe y tal vez inspirada por el amor que había recibido de sus tías compasivas, de su amoroso esposo y de las valientes mujeres que la acompañaron a desplegar sus alas.

¿Qué me inspira Catalina?

Su maternidad comprometida, su fuerte determinación y su plena confianza en el Sagrado Corazón. En una sociedad de familias dispersas y a veces a la deriva en un mar de incertidumbres; en un entorno de niños y jóvenes desatendidos hasta por sus propios padres, resuenan más que nunca sus palabras: “Nunca es tarde para estar presente”.

Catalina me invita a cuidar a las familias, a los niños y jóvenes que necesitan ser amados y curados “con nuestra sola presencia”, porque “el amor repara el abandono”. Ante su invitación: “Formen esos tiernos corazones al molde del Corazón de Jesús”, uno podría preguntarse cómo reparar, cómo formar, cómo estar presente allí donde grita el clamor del abandono.

Catalina supo encontrar los modos, nada era imposible para su alma inquieta. De todas sus historias, me encanta aquella que cuenta que hizo llevar un caballo al convento para que las hermanas practicaran para realizar el cruce de las Altas Cumbres. ¿Monjas a caballo? ¿Atravesar la montaña? ¿Por qué no? Si “todo se puede con la ayuda del Sagrado Corazón”.

Las Altas Cumbres de hoy 

Hoy podríamos preguntarnos cuáles son las Altas Cumbres que debemos atravesar, en qué debemos formarnos, cómo debemos prepararnos para ello. Y en estas preguntas seguramente encontraremos las respuestas al cómo reparar, cómo moldear, cómo estar presente.

Hoy sigo trabajando con jóvenes y familias y me siento llamada a seguir dando a conocer la vida de Catalina. Me gusta invitar a padres e hijos a que miren el rostro de Catalina, pero que miren más allá de esa imagen de estampita de rostro amable perdido entre el hábito, la toca y el velo para descubrir la grandeza de esta mujer, madre y monja ejemplar.

Ella tiene mucho para decirnos hoy a padres y jóvenes del siglo XXI. Ella fue niña, fue huérfana, fue joven, fue esposa, fue madre, fue viuda, fue monja, fue todo lo que le tocó ser sin rencores ni mezquindades.

A los jóvenes les dice que sueñen aunque los tiempos no parezcan oportunos, que sean compasivos, que hagan todo con amor y que nunca se den por vencidos. A los papás y mamás y también a los educadores nos dice que el amor repara el abandono, que nunca es tarde para estar presentes, porque con nuestra presencia curamos a nuestros hijos, los propios y los ajenos.

Y a todos, grandes y chicos, nos dice que la fortaleza de toda obra está en el Sagrado Corazón de Jesús. Madre Catalina de María, que tu obra nos inspire, que tu espíritu nos mueva, que tu amor maternal nos cobije y que de tu mano podamos llegar algún día al mismísimo Corazón de Jesús. ¡Que así sea! Verónica Zegarra Caro, 2019.

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