Hna. Andrea Rosas ecj.
Priscila Torres, Ana Lucía Vece y Julián Mamaní son de la comunidad joven del Centro de Espiritualidad Corazones Nuevos de Tucumán. Ellos han ido conociendo la espiritualidad de los ejercicios y en este enero 2022 se animaron a una nueva experiencia de encuentro con el Señor: junto a otros jóvenes de diferentes provincias participaron en el Camino Ignaciano de Córdoba (Alta Gracia). La propuesta es impulsada por la Compañía de Jesús e invita a recorrer un camino de encuentro consigo mismo y con el Señor. Los primeros dos días fueron de TAU (Taller de Autoconocimiento) y los seis siguientes días, de Ejercicios Espirituales.
En su viaje a Córdoba, visitaron también Casa Madre y Museo Madre Catalina, acercándose con cariño y admiración a esta mujer que también, a la edad de 17 años, se dejó tocar por el Señor en los Ejercicios Espirituales. No dudamos que Ella los miró como hijos muy queridos y seguirá acompañando con maternal cariño sus vidas y su experiencia de encuentro con Jesús
¡Cómo familia de Corazones Nuevos damos gracias al Señor por la búsqueda de Dios de estos jóvenes y por el testimonio que nos dejan!
Julián Mamaní
Agradezco de corazón todo lo vivido y compartido, conocí personas maravillosas.
“Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” poder reconocer mi propia historia, recibirla y abrazarla sin querer cambiarle nada fue un gol de media cancha. Aprendí que soy mente, espíritu, cuerpo y realidad… estoy hecho de historias, experiencias, nombres, rostros… mis encuentros y desencuentros, mis risas y mis llantos, las veces que me caí y las veces que me levanté… si, soy sobre todo las veces que me perdí, que lloré, me levanté y seguí caminando.
Y Jesús quería encontrarse conmigo así: como soy, con lo que tengo. Y en el silencio, con paciencia y con ternura me fue enseñando a levantar la cabeza para conectar con su mirada y dejar de perderme en mis miedos e inseguridades para mirarlo y contemplarlo a Él. Eso fue una gracia; cuando aparecían mis resistencias bastaba su presencia y su mirada, no tenía que hacer ni decir nada. Alcanzaba con ser yo mismo y permanecer en su presencia, por amor. Él hacia el resto, con amor. Jesús sana, Él da sentido a mi vida, porque me ama y no sabe hacer otra cosa más que amarme.
Ésta es la verdad que guardo en mi corazón: Dios me ama profundamente, así todo entero Y me invita a donarme y compartirme así, con lo que soy y lo que tengo”. AMDG
Ana Lucia Vece
“El camino ignaciano fue una experiencia única de encuentro con Dios y conmigo misma. Aprendí a hallar esos deseos que Dios pone en mi corazón y que son el camino hacia Él y hacia lo que Él quiere en mi vida, entendiendo que cada sentimiento que pasa por mi cuerpo mi cabeza y mi corazón está Dios queriendo decirme algo y solo tenía que parar y escucharlo.
Parar, silenciarme, callar mi mente es un poco difícil en el día a día, pero es algo totalmente necesario para lograr esa paz interior que sólo viene del encuentro con el amor. Entender que Su amor va más allá de nuestras ideas, inquietudes, dudas y formas y que nos ama así, tal cual somos y lo único que Él quiere para nuestra vida es sacar nuestra mejor versión entregándonos a Él. Encender en nuestro corazón una llama pequeña lo suficientemente fuerte para que nuestra luz no se apague y guíe nuestro camino redirigiendo y encaminando nuestras fuerzas para mejor AMAR Y SERVIR”.
Priscila Torres
“Fue mi anhelo de PARAR, de detenerse, sentarse en el camino y conversar con ÉL, al terminar los ejercicios entendí que ese anhelo no fue solo mío, también Jesús lo anhelaba y me ayudó a disponerme para ir poniendo los medios para poder participar. En este detenerse, al principio creía que todo se trataría sobre “yo” hablar, yo detectar que cosas cambiar, yo asumí mi rol de principal emisora y hoy pensándolo así no me imagino lo agotador que hubieran sido siete días en silencio con esa dinámica.
Desde el TAU (taller de autoconocimiento) ya fui vislumbrando que mi memoria, mi imaginación, mi cuerpo entraban en la conversación, fueron tomando un rol en los primeros días, me hablaron de cómo fui, porque a veces soy como soy, y como quisiera estar. Y en ese vislumbrar nuestro interior estábamos todos, todo el grupo pasaba por cosas hondas, a veces de forma personal, a veces de forma compartida, pero con la sana sensación de que todos estábamos en la misma sintonía, al pasar los días vivimos en comunidad, una muy especial que compartía el silencio, cada uno fue portador de algo sagrado que se estaba gestando, de un Dios que nos ama tanto, que a cada uno hablaba con un lenguaje diferente, éramos muchos sí, pero cada uno portaba el lenguaje personal que Dios estaba obrando.
“Llevamos un tesoro, pero en un vaso de barro” Entrando en la semana de ejercicios, ese vislumbrar del TAU se fue haciendo suavemente más fuerte, esa luz fue entrando a mi interior como abriendo ventanas de una casa que estuvo cerrada durante un tiempo, en ese abrir entraba luz, entraba brisa y puede realmente dejar a Dios ser Dios, no era yo la que tenía que hacer o deshacer cosas, era Jesús que sentaba conmigo y solo me mostraba lo que él sabía que necesitaba en este momento de mi vida, Él y solo Él sabe porque eligió este momento, porque eligió este lugar, porque eligió esta forma de hablarme y por todo eso le doy gracias.
Él sabe, por eso esa luz y esa brisa que entró en mi interior me ayuda hoy a poder recibir todo lo que la vida me regala, a abandonarme en sus manos confiadamente, “¿Quién de ustedes por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?” Mi día a día será buscar aquello que me haga fecunda, a buscar lo que más me acerca a Dios, a buscar esa intimidad que tuve en mis ejercicios, hoy en mi día a día. No es algo que termina cuando los siete días de ejercicios terminan, es algo que arranca desde allí, es la savia que quiero que sostenga es la seguridad de no ser más yo, sino más Dios en mi…”